
Las respuestas son físicas, psicológicas y sociales, de distinta intensidad y duración en función del grado de unión, de las circunstancias de la pérdida, de la personalidad, de la exposición posterior y de la situación en que queda la persona que tiene que afrontarlo.
La duración total se estima entre seis meses y dos años.
Las fases pueden presentarse consecutivamente, solapadas o en otro orden. Aunque no hay un consenso total en el número, destacaremos las siguientes cinco fases:
1) Incredulidad: es la primera fase, se suele acompañar de negación y aislamiento, ayuda a amortiguar el impacto inicial de desconcierto ante la ruptura del vínculo y no suele ser muy duradera.
2) Ira: tras la incredulidad, ante el dolor y las preguntas sin respuesta, las personas suelen reaccionar con agresividad. La frustración se suele mostrar atacando injustamente a los más cercanos, aunque sólo de forma temporal, como forma irracional de descargar las tensiones acumuladas.
3) Pacto: al tomar conciencia del desgaste que está suponiendo la pérdida y de las consecuencias que puede tener para uno mismo mantener ciertos comportamientos y actitudes desadaptativos, se negocia con los demás (incluso con divinidades y difuntos) y con uno mismo para tratar de mejorar la situación.
5) Aceptación: es la última etapa, da paso a la tranquilidad. Al principio días mejores y días peores, progresivamente indiferencia afectiva y finalmente recuperación de la paz y la esperanza.
Las personas que han pasado por un proceso de duelo quedan transformadas, ven la vida de un modo diferente, quizás de forma más filosófica o religiosa, o dejan atrás todo narcisismo para volverse más altruistas y solidarias. Aunque todo dependerá de las estrategias que hayan utilizado para superar el proceso y de la personalidad, difícilmente volverán a ser los mismos después de una pérdida.
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